Mi Abuelita Maria hacia que este cuento termine de
otra manera; "que la bruja queria hacer bailar a los niños en una tabla
que estaba encima de la PAILA que se encontraba del pozo del infierno, donde
habia aceite hirviendo o no se si era brea caliente, lo hacia para que
caigan los niños en esa paila, y luego se los comeria, pero recuerden que
los niños le mostraban a la bruja un huesito de un raton para saber si estaban
bien, gordos, o flacos, entonces cuando un momento de olvido los niños botan el
huesito de raton y le muestran sus dedos, la bruja se puso contenta y dijo que
estaban gorditos. No se como lo decia mi abuelita, que el momento de
poner la bruja a bailar a los niños, los niños le muestran el huesito y le
piden a la bruja que ella les enseñe como ejemplo de como bailar en esa
tabla que estaba encima de la paila, y ella acepta. como estaba ciega la
bruja se pone a bailar y se cae en la paila, y le paso lo que ella queria que
le pase a los niños, se frie en el aceite caliente, y murio.... y hasta ahi
llego la historia los niños se salvaron y la bruja se murio.
BLANCAFLOR
Era un joven que le
gustaba mucho juegar a las cartas, y siempre perdía. Y un día se le apareció el
demonio y le dijo que qué le pasaba, que siempre perdía cuando juegaba.
Dice:
–Pues yo te daré una
baraja para que nunca pierdas; a cualquier carta que le eches, ganarás siempre.
Pero al cumplir los cinco años, tienes que irte a entregar al Castillo de Irás
y No Volverás.
Iban pasaos cuatro años, y
le dice un día a su madre:
–Pues, madre, sabrás que
tengo que ir al Castillo de Irás y No Volverás.
–Hijo, pero ¿qué me dices?
Dice:
–Pues, madre, ¿se acuerda
cuando tanto perdía juegando a las cartas? Pues se me apareció el demonio, y me
dijo que qué me pasaba para que siempre perdiera. Pues yo te daré una baraja,
de cualquier carta que le eches ganarás. Y al cumplir los cinco años te tienes
que marchar al Castillo de Irás y No Volverás. Y ya van cumplidos cuatro, queda
uno de estar en su compañía.
–Pero, ¿qué me dices,
hijo? ¿Tú eres bobo o qué te pasa?
–Pues no, madre, no, es
que me tengo que marchar, y si no vendrá a buscarme el demonio y será peor.
Faltaban tres días para
cumplir los cinco años, y le dijo que le preparara la merienda, que se
marchaba. Y le decía su madre que no.
Por fin se la preparó. Se
marchó por un camino muy largo, muy largo. Cuando ya llevaba mucho pedazo andao,
se encontró con un águila, y le dijo que le hiciera el favor de enseñarle el
Castillo de Irás y No Volverás.
Dice:
–Ahí atrás viene otra más
vieja que yo, y viene de él.
Claro, después anduvo otro
pedazo hasta que por fin la encontró. Y le dice que hiciera el favor de
decirle, dónde estaba el Castillo de Irás y No Volverás.
–Pues yo te llevaré a él.
Pero ahí abajo hay un caballo muerto. Tienes que bajar a buscar una poca de
carne de las ancas, porque hay mucho camino y no podré aguantar sin volver a
comer.
Y cada vez que abra el
pico me meterás un poquito.
Se puso encima de las
alas, y cuando abría el pico le metía un trocito. Hasta que por fin llegaron a
una peña y lo bajó y le dice:
–¿Ves un río? Pues en
aquel río hay tres mozas bañándose, que son tres hijas del demonio y viven en
el Castillo de Irás y No Volverás. Y allí más abajo verás el castillo. Pero vas
a estar primero con las hijas y le esconderás la ropa a aquella de arriba que
tiene la ropa al pie de aquella peña, que aquélla es santa y hará algo por ti.
Pero no te dejes ver de
las otras porque no la pueden ver, que ya saben que es santa.
Bajó al río, a la peña
donde tenía la ropa, y se escondió con la ropa él. Salieron del agua las tres
hermanas, y al no encontrar la ropa se marcharon las otras y la dejaron sola.
Desque la vio sola, él
salió y le dice:
–No te asustes. Toma la
ropa y vístete.
Y después estuvo con ella
y habló lo que le pasaba.
Dice:
–Pues mi padre es el
demonio, y no sé cómo vas a librar de las manos de él. Pero ya haré yo todo lo
que pueda por ti, para salvarnos los dos o morir. No digas que has estao conmigo.
Yo me marcho primero, y desque haya pasao un rato, vas tú llamando a mi padre.
Se marchó la joven. Cuando
había pasao un buen rato, llegó llamando a la puerta del Castillo de Irás y No
Volverás, y salió el demonio y le dice:
–Lisardo, ya no esperaba
yo que venías tú, e iba a salir yo en busca de ti. Has venido un día de
retraso, pero está muy bien. Cena y acuéstate.
A la mañana temprano lo
llama, le da de almorzar y lo pone en un balcón y le dice:
–Lisardo, ¿qué ves?
–Un bosque muy espeso.
–Pues en aquel bosque tan
espeso, tienes que enramar un saco de arroz, y en el mismo día traérmelo
recogido sin faltarle ni un grano.
Cogió el saco al hombro y
se marchó al bosque. Al llegar no sabía qué hacer, si enramarlo o dejarlo,
porque le parecía imposible volverlo otra vez a recoger.
Estaba allí sin saber qué
hacer y llegó Blancaflor y le dice:
–Lisardo, ¿qué te ha mandao
hacer mi padre el día de hoy?
–Pues que en este bosque
tan espeso, enrame un saco de arroz y se lo lleve a la tarde sin faltarle un
grano.
–Pues bien, come la
merienda y échate a dormir, y cuando dispiertes ya tendrás el saco de arroz enramao
por el bosque y recogido al pie de ti.
Comió la merienda y se
echó a dormir. Cuando despertó ya estaba allí recogido el saco de arroz, que él
no lo había hecho, había sido la santa.
Cogió el saco y se fue al
Castillo Irás y No Volverás con él. Y le dice el demonio que no lo hacía él. Y
él le decía que sí.
–Pero, bueno, está muy
bien. A cenar y a dormir.
La mañana se levantó, le
da de almorzar y le dice que se ponga al balcón, y le dice que qué ve.
–Pues veo un bosque más
espeso que el de ayer.
–Pues en aquel bosque tan
espeso, lo tienes que roturar, plantarlo de trigo y en la tarde traerme ya pan
de él.
Se fue al bosque sin saber
qué hacer, y llega Blancaflor y le dice que qué le había mandao hacer su padre
en el día aquel.
–Pues que en este bosque
tan espeso, tengo que roturarlo, sembrarlo de trigo y a la tarde llevar pan del
mismo trigo.
–Pues bien. Come la
merienda y échate a dormir, cuando te levantes ya tendrás el pan al pie de ti.
Pero a mi padre nunca declares que yo estoy contigo.
Cuando dispertó Lisardo,
ya tenía el pan al pie de él. Lo cogió y se marchó al Castillo Irás y No
volverás. Y le dice:
–Lisardo, esto no lo has
hecho tú.
–Sí, señor. Sí lo he hecho
yo.
–Me parece imposible, pero
está muy bien; a cenar y a dormir.
En la mañana, cuando
despertó, le da de almorzar, lo pone al balcón:
–Lisardo, ¿qué ves?
–Veo un lastral muy fuerte,
muy fuerte.
–Pues en aquel lastral tan
fuerte, tan fuerte, tienes que deshacerlo en tierra, plantar una viña, y en la
tarde traerme una botella de vino.
Le dio un ferro pa picar,
una marra y una pala. Y se marchó al lastral. Y al llegar no sabía qué hacer,
porque le parecía que Blancaflor ya no iba a volver.
Tardó mucho en ir, pero al
fin llegó, y le dice:
–Lisardo, ¿que te ha mandao
hacer mi padre en el día de hoy?
Dice:
–Pues que en este lastral
tan fuerte, tengo que hacerlo tierra, plantarlo de viña, y a la tarde, llevarle
una botella de vino de esta viña.
–Pues bien, come la
merienda y échate a dormir. Cuando dispiertes, ya tendrás la botella de vino al
pie de ti. Te marchas al castillo y no descubras que yo estuve contigo.
Al despertar ya tenía la
botella de vino allí. Lo cogió y se marchó al Castillo de Irás y No Volverás. Y
al llegar le decía el demonio:
–Lisardo, esto es
imposible que lo hagas tú.
–Pues sí, esto lo hago yo.
Me parece mentira, pero al
fin está muy bien. A cenar y a la cama.
A la mañana siguiente lo
llama, le da de almorzar y lo pone al balcón, y le dice:
–Lisardo, ¿qué ves?
–Un río muy fuerte, muy
fuerte.
–Pues en aquel río tan
fuerte, perdió la bisabuela de mi cacarabuela un anillo cuando era pequeña, y
quiero que me lo traigas tú a la tarde.
Se marchó al río, llegó y
no sabía qué hacer, si entrar a buscar el anillo o no. Se descalzaba y al
llegar el agua a sus tobillos se volvía p’atrás, porque le daba miedo de entrar
a buscar el anillo, que le parecía que se iba a ahogar.
Al llevar mucho rato llegó
Blancaflor, y le dice que qué le había mandao hacer su padre el día de hoy.
Pues que en este río
perdió la bisabuela de su cacarabuela un anillo cuando era pequeñita, que
quería que a la tarde se lo llevara allí.
–Pues bien. Vas a picarme
bien picadita, y me metes en esta botella sin dejarte verter ni una gota de
sangre.
–Blancaflor, esto no lo
hago yo, porque has sido muy buena pa mí y te voy a dar la muerte.
–Nada, Lisardo, pícame
bien picadita, me metes en la botella.
Pues él no quería, pero
hasta que al fin lo vino a convencer.
La picó bien picadita, la
metió en la botella, la tapó y la tiró río abajo.
Ya era muy tarde y no la
veía salir por parte ninguna. Por fin vino a salir un poco más abajo del, con
el anillo en la mano y le dice:
–Lisardo, ya tienes aquí
el anillo, pero te voy a decir que me has dejao verter una gota de sangre, pero
todo se arreglará, gracias a Dios, que ha sido en el dedo mermellique, y no me
verá mi padre.
Si no has comido la
merienda, cómela y te marcharás al castillo, pero no descubras que estoy yo
contigo.
Llegó al castillo y le dio
el anillo al demonio. Y le decía que era imposible que él lo hubiera cogido,
que todas las cosas que le mandaba hacer las hiciera.
–Pero bueno, está muy
bien, a cenar y a la cama.
A la mañana siguiente lo
llama, le da de almorzar, lo pone al
balcón y le dice:
–Lisardo, ¿qué ves?
–Pues veo una alameda
bastante fuerte.
–Pues en esa alameda me
vas a cortar un haz de varas.
Cuando las estaba cortando
llega Blancaflor y le dice:
–¿Qué te ha mandao hacer
mi padre el día de hoy?
Dice:
–Pues está muy bien, que
corte un haz de varas y se lo lleve.
–Pues nada. Te va a mandar
hacer más, que yo ya lo sé. Que domes un caballo muy malo, que se convierte el
caballo en nosotros mismos. Pues te voy a decir: la cabeza es mi padre, el
cuerpo es mi madre, las ancas mis hermanas y yo. Pero yo soy la del lao derecho,
no des allí. Darás en la cabeza, que como mi padre venza, lo tienes domao. No
descubras que estuve contigo.
Cogió el haz y se fue al
Castillo de Irás y No Volverás. Desque llegó con las varas lo mandó otra vez al
balcón y le dice:
–Lisardo, ¿qué ves?
–Pues en el corral veo dos
caballos y uno es muy malo, bufa mucho.
–Pues ese que tanto bufa,
me lo tienes que domar hoy; bájate del balcón y cógelo.
Al irlo a coger bufaba, se
tiraba por el alto, tiraba muchas coces y se pensaba de no poderlo coger, pero
al fin lo cogió.
Se montó en él, cogió el
haz de varas, echó a correr el caballo tirando muchos brincos, y se tiraba por
muchas barrancas. Y él venga a darle palos en la cabeza, hasta que por fin lo
cansó. Lo dejó como muerto.
Se fue pa casa. Al llegar
al castillo, le decía el demonio que parecía mentira que lo hiciera él.
–Pues asómese al balcón y ustez
lo verá, está como muerto pallá abajo tirao.
–Lisardo, lo dices tú,
pues bien dicho.
Y después le dice:
–¿Qué le pasa a ustez,
qu’está todo curao?
–Que me subí al balcón a
verte y me caí, me esmorré, pero es poco. Ahora vas a hacer otra cosa, si tú
quieres casarte con alguna de mis tres hijas. Las meteré en una habitación y
sacarán la mano, cada una pa fuera. Y con la que tú digas te casarás. Pero hay
que vendarte los ojos.
Y pudo estar con
Blancaflor y le dijo que si la quería a ella, que ella sacaría la mano donde le
faltaba el trocito del dedo.
Las metió el demonio en la
habitación, le vendó los ojos a Lisardo, y le dijo que eligiera la que
quisiera. Y llegó a la que le faltaba el pedacito en el dedo, pero dio otra
vuelta, no fuera que no fuera a ser ella. Al llegar a ella otra vez, le dijo
que con aquélla. Y contestan las otras dos y su padre, que era con la que
querían, porque ya desconfiaban algo. Pero bueno, a celebrar la boda.
En la noche se acostaron y
Blancaflor ya sabía lo que iban a hacer. Y le dice Lisardo:
–Vas a escupir en un
plato, yo en otro. Pondremos dos pellejos llenos de aire en la cama, y nos
marcharemos. La saliva de los platos contestará como que somos nosotros, cuando
mis padres nos llamen. Vas a la cuadra: hay dos caballos. Uno es muy gordo y otro
es delgao. Pero coge el más delgao, que es el Pensamiento, y el otro es el
Viento, pero el Pensamiento camina siempre más que el Viento.
Cogió el Viento y dejó el
Pensamiento, porque al verlo tan delgao le parecía que no podía con los dos. Y
al llegar allí le dice ella:
–¿Por qué no cogiste el
Pensamiento?
–Porque me pensé que no
iba a poder con los dos.
–Pero, bien. Vámonos.
Escupieron en el plato y
lo puso en la cama. Ellos se fueron.
Al poco rato los llamaba
su padre:
–Blancaflor, ¿estás
dormida?
–No, señor.
–Lisardo, ¿estás dormido?
–No, señor.
Pasao un rato volvió a
llamarlos.
–Blancaflor, ¿estás
dormida?
–No, señor, me voy
durmiendo.
–Lisardo, ¿estás dormido?
–Ya me voy durmiendo.
Pasó otro rato, volvió a
llamarlos:
–Blancaflor, ¿estás
dormida?
No contestó.
–Lisardo, ¿estás dormido?
No contestó tampoco;
porque contestaba la saliva por ellos y se había terminado. Y le dice la mujer:
–Vete a matarlos.
Y llegó con un cuchillo.
Se lo clavó en la barriga –le parecía a él–, pero era en los pellejos.
Al picarlos salía el aire,
cerró la puerta y salió corriendo, porque le parecía que era la sangre y podía
ahogarse.
Al llegar a la cama decía
la mujer que si los había matao bien.
Y él decía que sí, que si
no sale de allí corriendo, que iba a ahogarse con tanta sangre.
–Pues anda a ver, no sea
que no estén muertos.
–Sí, que los he matao yo
bien.
En la mañana al
levantarse, fueron de seguida a ver. Se encontraron con los dos platos, con los
dos pellejos, y ellos no estaban allí. Y le decía la mujer:
–Si hubieras venido a ver,
como yo te decía, los hubieras matao luego. Y ahora pa más burla, nos habrán llevao
el Pensamiento y nos habrán dejao el Viento.
Y de seguida fue una hija
a ver cuál caballo habían llevao. Y vio que habían dejao el Pensamiento, y
habían llevao el Viento.
–Pues estamos bien; pronto
los cogeremos, pero los has de matar bien.
Se montó el demonio en el
Pensamiento, y se marchó en busca de ellos. Como el Pensamiento siempre camina
más que el Viento, pues se los llegó a alcanzar.
Miró Blancaflor patrás, y
al ver que ya llegaba su padre al pie de ellos, tiró una peineta y dijo:
–Que mi peineta se vuelva
un monte muy espeso, muy espeso, que no pueda pasar por él y se tenga que
volver.
Al llegar a casa le decía
su mujer:
–¿No los has visto?
–No, no los he visto, he
ido muy largo y nada más he visto un bosque muy espeso. No pude pasar por él y
me tuve que volver.
–Pues, payaso, allí iban;
bien te están engañando. Pero vuélvete a marchar en busca de ellos.
Cogió el caballo y se fue en
busca de ellos, pues como el caballo era el Pensamiento, volvió otra vez muy
cerca de ellos. Y miró Blancaflor patrás y le dice a Lisardo:
– Allá’trás viene mi
padre, voy a tirar el pañuelo. A hacerlo sufrir, como te hizo él sufrir a ti.
Tiró el pañuelo y dice:
–Que mi pañuelo se vuelva
un fuerte lastral, para que mi padre no pueda pasar por él, y se tenga que
volver.
Al llegar a casa le decía
la mujer:
–¿No los has visto?
–No, nada más he visto un
lastral muy fuerte.
–Pues haberle picao, que
aquellos eran. Coge el caballo y vuélvete a ir en busca de ellos.
Pues ya iba otra vez muy
cerca de ellos, cuando miró Blancaflor patrás y dice a Lisardo:
–Mira mi padre. Voy a
tirar una liga pa que se vuelva un río, y
no pueda pasar por él.
Al llegar a casa le dice
la mujer:
–¿No los has visto?
–No, no los he visto, que
llegué a un río muy fuerte y me tuve que volver.
–Bien te están engañando,
pues ellos eran. Vuélvete a marchar en busca de ellos hasta que los encuentres.
Miró Blancaflor patrás y
ya ve que iba su padre muy cerca d’ellos y le dice:
Lisardo, mira mi padre,
que ya nos viene alcanzando otra vez.
Y, ahora, no sé qué tirar,
pero todo se arreglará. El caballo se va a volver una huerta, tú un hortelanero,
y yo una buena tabla de lechugas. Entre ellas habrá una que sobresalga de
todas, y aquella seré yo. A mi padre le gustan mucho y querrá comprar lechugas.
Como cualquiera lo haría
debe querer la mejor. La mejor no la vendas, le dices qu’es pa semilla, porque
aquella soy yo.
Ya llega el demonio a la güerta
y le dice al hortelanero:
–¡Ay, qué lechugas más
buenas! ¿Me vende ustez algunas?
–Sí, señor, pa eso las
tengo.
–Pues, véndame ésta.
–No, señor, esa no se la
vendo, esa es la mejor, y siempre
dejo la mejor pa semilla.
–Pues si no me vendes ésta,
no quiero ninguna.
Se fue enfadao pa casa y
al llegar al castillo, le decía la mujer:
–¿No los has visto?
–No, no los he visto, pero
he visto una güerta con muy buenas lechugas. Había una muy grande que nunca
había visto mejor lechuga. Y el hortelano se puso tan tonto que no me la quiso vender.
Y yo que gasto pocas bromas de seguida m’enfadé y no le
quise ninguna.
–Pues bien te están
engañando, porque todo lo que ves son ellos. Pues coge el caballo y márchate en
busca de ellos.
Cuando iba llegando cerca,
Blancaflor miró patrás y le dice a Lisardo:
–Mira, mi padre. Ya viene
muy cerca otra vez. Pues ahora le vamos a hacer otra faena, que le parecerá
peor todavía, y te diré cuál es. Pues el caballo se va a volver una ermita, tú
el ermitaño, y yo la imagen. Y cuando te llame o te dé voces, más fuerte tocas
a misa y dirás: “Dilín, dilín, a misa tocan, ¿quien quiere venir?”. Y él, como
es el demonio se tiene que enfadar, pero tú no dejes de tocar.
Pues ya llega el demonio a
la ermita. El ermitaño tocaba a misa. El demonio le daba voces y él decía:
–Dilín, dilín, a misa
tocan, ¿quién quiere venir?
Y él s’enfadaba.
El ermitaño lo engañaba y
dejaba de tocar un momento, y al volverle a dar voces volvía a tocar:
–Dilín, dilín, a misa
tocan ¿quién quiere venir?
Y s’enfadaba.
Y el ermitaño dejó de
tocar y el demonio le vuelve a dar voces. Y le dice:
Buen hombre, ¿has visto
pasar por aquí un hombre y una mujer?
Dice:
–Sí, señor. Cuando la
bisabuela de mi cacarabuela era chiquita, le oí decir que había pasao un hombre
y una mujer, y d’entonces pacá no ha vuelto a pasar nadie.
Y él se fue muy enfadao.
Al llegar al castillo le decía la mujer:
–¿Los has visto?
–No, no los he visto.
–Pero bien te engañan. Si
fuera yo pronto los encontraba.
–Pues anda, vete tú en
busca de ellos.
–No, no voy. Pero le echaré
una maldición para que no se acuerden uno de otro, y va a ser que al llegar al
pueblo, si a él lo besan, que no se vuelva a acordar más de ella.
Blancaflor, como era
santa, todo lo sabía. Cuando iban llegando al pueblo le dice:
–Lisardo, voy a buscar un
coche pa entrar en el pueblo.
–Pues está bien.
–Pero no dejes que nadie
te bese, porque mi madre nos ha maldecido, que si al entrar en el pueblo te
dejas besar, que no te acuerdes más de mí.
Lisardo llegó a su casa, y
su madre iba a besarlo, y le dice:
–Por favor, madre, no me
bese, qu’estoy casao, y si ustez me besa no volveré a acordarme más de mi
mujer, por una maldición que nos han echao.
Diciéndole esto a su
madre, llegó una vieja por detrás, y lo besó sin que él viera. No se acordó más
de su mujer. Y le decía su madre:
–Pero, hijo, vete a buscar
a tu mujer.
–Madre, pero ¿qué me
dice?, si yo no conozco a nadie por mi
mujer.
–Pues si me has dicho que
no te besara, qu’estabas casao y que si te besaba, olvidarás a tu mujer.
–Ustez sueña, ¿qué le
pasa?
Y todo se le olvidó.
Blancaflor se fue a vivir
muy cerca de él, al ver que tanto tardaba en ir. Y él, le parecía qu’es que lo
habían besao, y no se acordaba más de ella. Pues era cierto, pero ella no se
daba por sentida.
Como vivía cerca de él,
tenían muy buena amistad. Y ella puso una tienda. Decía que era serrana.
Lisardo se echó novia y se
iba a casar. Y le decían sus amigos que tendría que invitar la serrana de boda.
Y él le decía que sí, que era muy graciosa y le gustaba mucho estar con ella.
Y le dice:
–Pero antes vamos a ver si
dormimos con ella. El primero voy a ir yo.
Y ella le puso muy buena
palabra. Cuando se iban a acostar le dice:
–Haz el favor de irme a
tirar esa poca de agua, que tengo en la palangana.
Y como era la santa y
hacía todo lo que quería, le hizo estar toda la noche tirando el agua de la
palangana, y no la pudo tirar, porque se iba otra vez el agua derecha a la
palangana. Y así pasó toda la noche.
En la mañana se levanta
ella y dice:
–Lisardo, ¿pero todavía tú
aquí? Haz el favor, márchate.
¿Qué dirá la gente, ahora?
Se marchó y a sus amigos
no le dijo nada de lo que había pasao.
A la otra noche fue otro,
y al irse a acostar le dice:
–Vete a retirarme el
puchero del café, que tengo a la lumbre.
Y la serrana le hizo que
lo tuviera pegao toda la noche de la mano, y así se pasó la noche.
A la mañana, cuando se
levantó la serrana le dice:
–¿Todavía tú aquí? Haz el
favor de marcharte, ¿qué dirá la
gente?
Pero él no dijo nada. A la
noche siguiente fue el otro amigo y le mandó cerrar la puerta. Y toda la noche
estuvo con la puerta en la mano sin poderla cerrar.
A la mañana se levantó
Blancaflor y le dijo que hiciera el favor de marcharse de allí.
Se juntaron los tres
amigos y dice Lisardo a sus amigos:
–¿Qué tal habéis pasao la
noche con la serrana?
–Bastante bien. Cuéntanos
tú el primero.
–Pues a mí, toda la noche
me tuvo tirando agua de una
palangana.
Le contesta el segundo:
–Pues yo, toda la noche
con el puchero del café en el mano.
Y dice el otro:
–Pues yo, toda la noche
cerrando la puerta.
Ya llega el día que se
casaba Lisardo, y le dice a la serrana que fuera de boda.
Al terminar de comer
empezaron a contar cuentos, y cosas que a ellos le hubiese pasao. Y le decían a
la serrana que ella que era tan graciosa, tendría muchas cosas que contar, que le
contara algo.
Y ella le dice que no, que
no le contaba nada, pero que tenía dos muñecos en casa que todo lo contarían
por ella.
–Pues vete a buscarlos.
Fue a buscarlos. Los puso
en la mesa donde estaban comiendo, y le decía la muñeca, o sea Blancaflor, al
muñeco, que él hablaba como Lisardo:
–¿Te acuerdas, Lisardo,
cuando perdías juegando a las cartas, y te estuviste con el demonio y te dijo
que qué te pasaba que siempre perdías. Que si querías marcharte con él al
Castillo de Irás y No Volverás, que te daba una baraja que siempre ganarías con
ella, y al cumplir cinco años, te tenías que ir al Castillo de Irás y No
Volverás?
–No, no recuerdo nada.
–¿Te acuerdas cuando mi
padre te ponía al balcón, y te mandaba hacer muchas cosas que era imposible, y
todas te las hacía yo?
–No, no recuerdo de nada.
–Lisardo, pues me parece
mentira, ¡tantas cosas como yo
hice! ¿Tampoco te acuerdas
de que tú fuistes casao con otra mujer?
–Sí, sí me voy recordando.
Entonces decía Lisardo:
–Esto lo hablan dos
muñecos, pero esto me ha pasao a mí.
Y le dice a los qu’estaban
en la mesa:
–Hoy me he casao con esta
mujer, pero mi mujer es la serrana, ¿con cuál os parece que me tendré que
marchar? Pues ya hace bastante que con
ésta me casé, aunque hoy me he casao con ésta.
Y contestan todos a una
voz:
–Debes marcharte con la
primera, que lo primero es lo que vale.
Y se acabó.
Narrado por Manuela Martín
Cuadrado (21 años), Vilvestre (Salamanca).
Recogido por Luis Cortés
Vázquez en 1957 y publicado en Cuentos populares salmantinos, Salamanca:
Cervantes, 1979, II, nº 115, págs. 70-83.
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